LA TAZA VACÍA
DE
CRÓNICAS APÁTRIDAS
“Sonreíste una vez, cuántas veces. Creo que sonreías siempre, que jamás dejaste de sonreír. Sin embargo, y a pesar tuyo, te resulté ajeno y me considerabas tu propio, distante y me tenías próximo, inaccesible ahí tan a mano. Y decíais, con el tono de quien hace un favor, y decías que me amabas, te amo, no susurrosa sino desafiante, como quien reta y exige acepten el desafió, te amo, que era lo triste no obstante tu perenne sonrisa, te amo, tan segura de ti, del sentimiento.
Yo de cuando en cuando osaba buscar tus ojos con los míos, lo que aprovechabas para acentuar el cargante optimismo y el brillo de tus pupilas tras los cristales violeta de las gafas. ¿ Y tú? Preguntas ¿y tú? Yo no decía nada ¿ qué iba a decir? Únicamente un gesto de desvío con la mano y el labio inferior, la vista baja. Pienso hoy en cuánto gozabas con mi creías que fingido desdén; pero te equivocas. No era fingido, aunque sí algo forzado, y me preguntaba dónde, que dónde estaría tu intuición de femenina, que para qué esa buena voluntad mejor fe y ese loable, querías que fuera loable, ese loable deseo de quedar bien con tu Dios y ganarte así un trozo más de parcela celestial…”
Editorial Benchomo, 2000